domingo, 9 de octubre de 2011

Escucha hermano, asi fue como sucedió... ('Ali Shari'ati)

Había escrito algunas notas sobre las cuales les hablaría esta noche, notas a modo de conclusión, relativas a las cosas que les había conversado en noches pasadas. Pero las palabras de nuestro amigo Parviz Khorsandi, de quien puedo añadir con toda certeza que es el escritor de prosa de mayor fuerza que actualmente sirve a nuestra causa, cambiaron completamente lo que ansiaba decirles, desviaron mis sentimientos y la dirección de mi pensamiento. Sentí que debía comunicarles sobre la reminiscencia que tuve y le mencioné a él.

Si hablo por mí mismo es porque deseo contarles ese recuerdo, un recuerdo relacionado conmigo, con los de mi clase en este mundo, con mi sociedad, mi ciudad y mi historia. Por una parte estoy asociado con los grupos cultos de hoy y ustedes saben cómo piensan, qué actitud tienen frente a la religión, que metas persiguen y qué idioma y cultura ostentan. Por la otra, provengo de un área, una tierra, un desierto, de un lugar casi deshabitado, donde no hay felicidad ni prosperidad. La vida solamente es aridez y pobreza, colmada de dificultades. Por la sangre de mis antepasados no corre una gota de nobleza, si es que la consideramos como algo medible en términos de oro, de plata y de poder; mi punto de vista sobre la clase y la sangre no es ése. Se que mis antepasados, mis padres, generación tras generación, desde edades que se pierden en el horizonte de la historia, nacieron en la pobreza y vivieron con tribulaciones y privaciones.

Poseedor de estas particulares características trabajo en el estudio de la civilización. Conozco su continuidad y pensaba que las grandes culturas, con sus obras, constituían el mayor honor del genio de la humanidad. En cualquier país o ciudad por mí visitados buscaba inmediatamente los grandes monumentos de la civilización anterior, y así podía saber, ver y oír, que efectos había producido esa tribu o grupo humano con sus creaciones y qué había aportado a la posteridad.

En Grecia, estuve en el Templo de Delfos. Me sentí sobrecogido por la grandeza de las edificaciones y por la belleza y esplendor de aquella obra. En Roma, visité el Museo de Arte y Arquitectura: vi enormes templos llenos de gloria y magníficos castillos del Lejano Oriente, de China, de Camboya y Viet Nam. Hay grandes montañas esculpidas por las manos del hombre. Él ha usado sus ojos y sus nervios para convertirlas en templos para los dioses y para los representantes de éstos en la tierra, los sacerdotes de las religiones. Estas cosas, en mi modo de pensar, eran la mayor y más amada herencia de la humanidad.

Sucedió, este año cuando viajé al Africa a conocer las tres pirámides de Egipto. Repentinamente todos mis sentimientos brotaron. Me apresuré a visitar las admirables pirámides sintiendo que realizaba un peregrinaje por las prodigiosas ruinas de una de las siete maravillas del mundo; estaba pleno de alegría por disponer de tal oportunidad. Busqué un guía que me pudiera explicar la razón de las formas de las pirámides, su historia, su maravilla, belleza y secretos.

Esclavos cargaron ochocientos millones de peñas de Aswan (el sitio donde luego se construyó la famosa represa) hasta El Cairo. Elevaron nueve pirámides, seis de las cuales son pequeñas, y las otras tres, grandes y mundialmente conocidas.

Transportaron ochocientos millones de rocas desde una distancia de novecientos ochenta kilómetros. Colocaron una sobre otra y levantaron un monumento para que los cuerpos momificados del Faraón y de la Reina fueran enterrados en su interior.
La cámara funeraria propiamente dicha, que es muy grande, está construída solamente con cinco bloques de piedra. Cuatro de ellos constituyen las paredes y una el techo. Para concebir el volumen y el peso de la roca que forma el techo, es necesario saber que está hecha de un bloque de mármol sobre el que están colocados varios millones de grandes peñas extendidas hasta el vértice de la pirámide. El techo ha soportado este peso durante cinco mil años. Quedé maravillado por la monumentalidad de lo que surgía ante mis ojos. A trescientos o cuatrocientos metros de la pirámide había algunas piedras que parecían haber caído en desorden las unas sobre las otras.

Le pregunté al guía qué significaba aquello. Me contestó: "Nada. Son solamente piedras" Le insistí me informara el por qué estaban allí. Él dijo que eran criptas cavadas a lo largo de varios kilómetros bajo tierra. Le interrogué: ¿Por qué? El dijo: "Treinta mil esclavos trabajaron durante treinta años acarreando estas inmensas rocas sobre sus espaldas a través de distancias de más de mil kilómetos.

Morían a montones a causa del peso. Diariamente se le reportaba al Faraón la muerte de cientos de personas." Sí, pensé para mí, el sistema de la esclavitud, como dice Schwartz, no permitió la invención de la palanca ni de la rueda. El guía continuó: "Lanzaban los esclavos a un hueco enorme, los enterraban y ponían a otros a trabajar en su lugar".

Le dije: "me gustaría verlos, a los miles de esclavos aniquilados y ya convertidos en polvo". Y me contestó: "No hay nada que ver allí. Las piedras han caído las unas sobre las otras, y sobre las criptas de miles de esclavos quienes, bajo las órdenes del Faraón, fueron enterrados cerca de él. Como habían trabajado para él en esta vida, seguirían haciéndolo después de muertos, aunque esta vez en espíritu".

Le dije al guía: "Por favor, déjeme solo, no necesito de su compañía. Iré solo". Fui a sentarme cerca de las tumbas y sentí una relación familiar, muy próxima entre mi persona y aquellos que dormían en ellas. Ambos somos de la misma raza.
Es cierto que yo soy de un país y ellos de otro. Soy de una raza y ellos de otra, pero estas son divisiones crueles para separar a los seres humanos, de manera que familiares se vuelvan extraños y extraños se conviertan en parientes.

Aparte de estas divisiones, sentí que pertenecía a su raza, jerarquía y familia, y que padecía sus sufrimientos. Cuando, ahora, volví la mirada hacia las grandes pirámides, me hallé totalmente extraño a su grandeza, gloria y majestad. Pero no, siento odio hacia su grandeza, arte y civilización. Todos los grandes monumentos que las civilizaciones han levantado a lo largo de la historia han sido edificados sobre los huesos de mis antepasados. Mis antepasados, esclavos también, construyeron la Gran Muralla de China, y aquellos que no pudieron soportar el peso de las piedras fueron aplastados por ellas, y así formaron parte de la Gran Muralla. La Muralla de China y todas las murallas y monumentos y grandes ruinas de las civilizaciones, fueron fabricadas de la misma manera, con grandes piedras levantadas sobre la carne y la sangre de mis antepasados.

Sentí odio y rabia. Observé que la civilización es una maldición. Es el resultado de miles de años de opresión y esclavitud. Me senté entre el grupo de tumbas y sentí que todos los que estaban durmiendo en ellas eran mis hermanos.

Regresé a mi alojamiento y le escribí una carta a uno de mis innumerables hermanos esclavos. Retrocedí en el tiempo cinco mil años. Le expliqué todo lo que había sucedido en cinco mil años, después de su muerte; en los que, esclavos y esclavitud, habían continuado existiendo bajo formas variadas.


Escribí:

Hermano, tú nos has dejado; pero nosotros hemos seguido construyendo grandes civilizaciones, ejemplos de grandes victorias, para los que ostentan grandes honores. Ellos han invadido nuestras aldeas y pueblos. Nos han capturado y nos han utilizado como animales de carga, obligándonos a construir sus tumbas. Si nuestra resistencia llegó a flaquear, nos usaron como piedras del edificio. Pero si completamos la edificación, el honor de la obra recayó sobre el nombre de otro y ni el recuerdo del nombre quedó para nosotros.

A veces nos llevaron a la guerra, guerra contra personas que ni siquiera conocíamos. Blandimos nuestras espadas contra alguien a quien no odiábamos, gentes que habían nacido como nosotros, de la misma clase y con el mismo destino. Nos llevaron ante los ojos de nuestros envejecidos y agobiados padres que nos esperaban. Sus aspiraciones sobre nosotros nunca se vieron realizadas. Estas guerras, como lo ha dicho un erudito, eran entre dos grupos que no se conocían, para personas que no luchaban, pero que sí se conocían. Nos tomaron a nosotros, fuimos destruidos y masacrados. Si éramos derrotados, nuestros padres y madres sobrellevarían nuestro dolor y nuestra muerte, la destrucción de nuestras aldeas y la destrucción de nuestros campos. Si salíamos victoriosos, el poder y la gloria serían de otro y nunca compartiríamos su victoria ni su botín.

¡Si, hermano!, después de tí muchos cambios tuvieron lugar. Grandes y poderosos Faraones de la historia torcieron el rumbo del pensamiento. Fuimos felices. Ellos creían que sus espíritus eran eternos y que vagaban alrededor de las tumbas, y que si sus cuerpos permanecían intactos, el espíritu mantenía contacto con el cuerpo, y siguiendo esta creencia nos obligaron a ti y a mi a realizar sus grandes tumbas y hacer de ellos unos asesinos.

Después se convirtieron en intelectuales y no pensaron más sobre la muerte. Se liberaron de las antiguas ideas. Supimos de grandes noticias. Quedamos libres de edificar tumbas y de cargar ochocientos millones de rocas desde una distancia de mil kilómetros para apilarlas las unas sobre las otras.

Pero hermano, escucha. Esta fue solamente una felicidad pasajera, del momento. Después de tu partida atacaron nuestras aldeas y nos hicieron esclavos nuevamente. Una vez más nuestros hombros y espaldas soportaron el peso de grandes piedras y columnas. Pero esta vez no para sus tumbas, a las cuales no les daban importancia, sino para sus palacios. Grandes palacios fueron construídos con nuestros huesos y nuestra sangre. Fueron edificados para erguirse orgullosos sobre la tierra, y a su lado se levantaron la tumbas de otra de nuestras generaciones.

Hermano, en el momento en que una esperanza nos dejaba, otra se abría paso entre nosotros. Los grandes profetas arios se levantaron, además de los profetas de raza amarilla. El gran Zoroastro, Mani, Buda, el sabio Confucio y el profundo Lao Tse. Se abrió una ventana hacia nuestra salvación. Dios había armado a sus mensajeros para liberarnos del sufrimiento y de la esclavitud, para que la fe y el culto reemplazaran la opresión y el servilismo.

Ahora, hermano, escúchame. Esos mensajeros escogidos bajarían del lugar sagrado de sus votos, y sin tomarnos en cuenta, sin mencionar nuestros nombres ni acordarse de nosotros, se instalarían en los palacios.

Creímos en Confucio que habló tanto de la sociedad y de humanidad. Vimos como se acercó al Ministro y fue el compañero de la princesa de China.

Y Buda, él mismo un gran príncipe, se separó de todos nosotros a través de retiros y ascetismo, buscando su ser interior, el "nirvana" - nosotros no sabemos donde está ese lugar- y creó grandes pensamientos.

Zoroastro fue profeta en Azerbaijan. Le dio la espalda a nuestros lacerados cuerpos y a nuestro lamento, de miles de años, vertido sobre las tumbas de nuestros hermanos esclavos. Se dirigió a Balk y se separó de nosotros en las comodidades del palacio de Gushtasb.

Mani habló de la luz y combatió la oscuridad. Susurró palabras de luz en los oídos de los prisioneros oprimidos. Y nosotros dijimos: "Y es él quien habla de salvarnos". Pero recogió sus palabras de luz y le entregó el pergamino a Shapur, el sasánida. Escribió una elegía a su coronación. Su mayor honor fue que visitó Sarandib, Balk y la India, formando parte del séquito de Shapur. Y luego nos desilusionó con estas palabras: "Todo el que es derrotado pertenece a la esencia de la oscuridad y todo el que sale victorioso pertenece a la escuela de la luz". ¿No es cierto que a través de la historia nosotros hemos sido derrotados?

¡Escucha hermano! Ustedes fueron los sacrificados de los grandes monumentos funerarios y yo lo fui por el esplendor de los grandes palacios. Repentinamente me dí cuenta que, junto a los Faraones y Reyes que nos hicieron esclavos, había otros que eran los sucesores de los profetas y de los líderes religiosos oficiales.
De Palestina a Irán, de Egipto a la China, en cualquiera de estas civilizaciones fuimos obligados a cargar piedras para construir pirámides, grandes palacios o gloriosos templos. Luego servimos a los profetas y a sus herederos. Ellos ataron nuestras manos de otra forma, y en el nombre de la religión nos designaron. Nos hicieron luchar en el nombre de la guerra santa, por la religión. Fuimos enviados a otros campos de batalla; estuvimos donde quiera que ellos quisieron enviarnos. Nos obligaron al sacrificio de nuestros hijos ante sus deidades, ante sus ídolos, ante los altares de sus templos.

¿No sabes, hermano, que en todos los templos reina el olor de la sangre de nuestros hijos inocentes? Pasamos miles de años sufriendo situaciones peores de las que tú sufriste. Construímos tumbas, palacios y catedrales. Las deidades junto con los Faraones, Reyes y sus representantes, cayeron sobre nuestras vidas. Tres quintos de toda la herencia y riqueza del Irán nos fueron sustraídos en el nombre de los Sacerdotes Magi y de Aura Mazda. Para ellos éramos campesinos y esclavos. Los sacerdotes de Dios se apropiaron de cuatro quintos de toda la superficie cultivable del país.

Trabajamos sin retribución alguna para los templos, y edificamos todos los grandes palacios de Roma y de la China, y perecimos en el proceso.
Pero yo, que he vivido miles de años después que tú y he visto la muerte de todos nuestros hermanos y de nuestra generación, sentí que los dioses también estaban iracundos contra los esclavos y que la esclavitud está basada en diferentes leyes. Los sacerdotes y los hombres religiosos son otro instrumento para fortalecer los palacios, las tumbas y para justificar el sistema.

Por lo tanto, como dicen los eruditos, hombres como Aristóteles, que piensan y entienden mejor que nosotros: "Algunos han sido creados para la esclavitud y otros para ser señores". Me convencí que nosotros habíamos sido creados para ser esclavos y edificar monumentos y que ése era nuestro destino. Nuestro destino era levantar grandes pesos, ser oprimidos y flagelados, y nada más fuera de estas tres cosas.
Pero entonces, hermano, me llegaron noticias que un hombre llamado Muhammad (s.a.s.) había bajado de una montaña y había gritado a las puertas del un templo: "Yo he venido de allah". Temblé ante el temor de que esto no fuera más que una nueva forma de decepción, una nueva opresión, y cuando él empezó a expresar sus ideas, no le creí. "Yo he venido de allah. Allah ha querido que todos los esclavos y gente pobre sean ayudados para que hereden la tierra".

Me sentí maravillado. Cómo es posible que Dios hable a los esclavos, a los pobres y les prometa salvación, el liderazgo y la herencia de la tierra: no podía creerlo. Y me dije: "Es un príncipe como los otros profetas del Irán, de la China y de la India, quienes han sido llamados a profetizar para crear una nueva fuerza con la ayuda de alguien poderoso". Pero me contestaron: "No. Es un huérfano. Sabemos que es un pastor. Sus ovejas pacen justo detrás de la colina".

Y me dije: ¡Maravilla! ¿Cómo es que Dios lo ha elegido de entre los pastores? Y me contestaron:"El es el último eslabón en la cadena de los profetas pastores (Abrahámicos). Sus antepasados fueron todos pastores mensajeros.".
Temblé de felicidad o de admiración, ya que por primera vez un profeta había surgido de entre nosotros.

Encontré la certeza en él y vi a todos mis hermanos congregados a su alrededor: Bilal, un esclavo nacido de madre y padre esclavos de Etiopía y extranjeros en esta nueva tierra; Salmán, un vagabundo del Irán que fue vendido como esclavo; Abu Dharr, un pobre hombre desconocido del desierto; Salem, un poco valioso esclavo negro de la esposa de Houzayfeh, todos se habían hecho sus compañeros.

Confié en él y tuve certeza en él, porque su palacio era unas cuantas habitaciones de barro que él mismo había ayudado a construir. Su lugar de descanso era una lámina de madera cubierta con hojas de palma de dátiles.

Esas eran todas sus pertenencias. Ese fue todo el esfuerzo que le pidió a sus seguidores para construir su morada. Mientras vivió se mantuvo de esa manera, y a la hora de su muerte todavía era de esa manera.

Yo venía del Irán. Había escapado de la gran y poderosa secta sacerdotal de Zoroastro que siempre nos tomaba como esclavos para sus guerras con el fin de obtener más poder. Yo había llegado a su ciudad y había vivido entre los esclavos, vagabundos y gentes que no tienen refugio en el mundo hasta que la muerte hace pesados sus párpados. Se había corrido una cortina sobre la luz de nuestro sol.
Y luego hermano, vi cómo una vez más se construían grandes y gloriosos templos en su nombre, y cómo se blandían las espadas, en cuyas hojas desnudas se leían versos "Yihad" del Corán. Otra vez las arcas del tesoro público estaban repletas con los frutos de los que habíamos sido despojados. Representantes de este hombre cayeron de nuevo sobre nuestras aldeas y se llevaron a nuestros hijos como esclavos para sus líderes y jefes tribales. Vendieron a nuestras madres en el mercado de esclavos, mataron a nuestros hombres en el nombre de una "Guerra Santa" y saquearon todas nuestras pertenencias en el nombre de "impuestos religiosos".

Perdí la esperanza. ¿Qué podíamos haber hecho, hermano? Había surgido un poder que escondía a los ídolos tras un ropaje unificado. Llamas de engaño fueron encendidas en los templos, ante los altares de Dios. Las mismas imágenes de Crasus y del Faraón, que tú conoces bien, hermano, flagelaron a la humanidad en el nombre del Califato de Dios y del Califato del Profeta. Nos humillaron con los argumentos de falsas interpretaciones de las leyes religiosas, y con las mentiras de caras piadosas que se habían unido a los Faraones y a los Crasus. Nuevamente caímos en esclavitud para construir la Gran Mezquita de Damasco.

Una vez más a costa de grandes sufrimientos, los gloriosos "Mihrabs", los grandes palacios como el Palacio Verde de Damasco y los palacios de los Califas de las Mil y Una Noches de Bagdad, fueron construidos a expensas de nuestra sangre y de nuestras vidas y esta vez esto fue hecho en el Nombre de Dios.

Nuevamente creíamos que el camino a la salvación estaba cerrado para nosotros y que nuestro destino siempre sería la esclavitud y el sacrificio.

¿Quien había sido este hombre? ¿Estaba el engaño escondido en su mensaje?¿O estábamos siendo sacrificados por un sistema, un sistema que nos había dejado pudrir en las oscuras prisiones? Saquearon completamente nuestros campos, nuestras posesiones y nuestro destino. ¿Estábamos ambos, ese profeta y yo, decepcionados?
No lo sé. No tengo ningún sitio a dónde ir. ¿A donde iré? Regresaré a mis sacerdotes de Zoroastro? ¿Cómo regresar a los templos que siempre colaboraron con la estructura del poder y están llenos de engaños?

¿Iré con los líderes que pretenden ser los emisarios de la libertad en mi país? Estas eran personas que habían perdido el poder de sus familias en Khorasan, Sistan y Gorgan tratando de establecer un nuevo gobierno revolucionario, y ahora estaban luchando para reestablecer el poder de sus familias e implementar el anterior sistema de ignorancia.

¿Iré a las mezquitas? ¿Qué diferencia había entre las mezquitas y los templos? De repente, hermano, vi los sables cuyas hojas fueron cubiertas con los versos del Yijad, y templos llenos del sonido de las alabanzas y de himnos a Dios. Vi a los que nos llaman a la plegaria, pidiéndonos unidad, rostros sagrados que en el nombre del Califato, en el nombre de la continuación de las tradiciones del Profeta, nos habían llevado a la esclavitud y nos habían masacrado.

Ante mí, con sus sables habían sacrificado en el mihrab a otra persona oprimida. Hermano, Alí (a.s), era de la misma familia que el hombre que había traído el mensaje, Muhammad (s.a.s). Él (Ali) fue asesinado en el palacio de adoración de Dios (mihrab) en la mezquita. Él y su familia fueron destruidos antes que yo y que mi familia y las familias de los esclavos y los oprimidos en la historia. Su casa fue saqueada antes que la nuestra en nombre de la tradición, de “la guerra santa" y de los impuestos religiosos. Antes que el Corán fuera usado como un medio para destruirme y esclavizarme, fue colocado en la punta de la lanza y derrotó a Alí*. (*el autor se refiere a la batalla de Siffin)

Que extraño. Así es como después de cinco mil años encontré a un hombre que estaba hablando con el nombre de allah y no para algún amo. Pedía por los esclavos, pero no como Buda que deseaba alcanzar el nirvana, ni como monjes que puedan llegar a engañar a la gente, ni como personas piadosas que quieren llegar a Dios por ellos mismos, sino con la esperanza de la salvación del pueblo.

Encontré a un hombre (Ali) de Yijad, a un hombre de justicia, una justicia cuyo primer sacrificio fue él mismo. Un hombre cuya esposa (Fátima -a.s-) trabajaba y sufría. Ella, la hija del gran Mensajero, como mi propia hermana, supo de pobrezas y privaciones. Saboreó la pobreza y el hambre, justo como lo habíamos sufrido nosotros. Hermano, encontré a un hombre cuya hija (Zaynab –a.s-) e hijo (Husein –a.s-) heredaron una bandera roja que ha estado en nuestras manos a través de la historia, y en las manos de nuestros líderes. Esta es la razón por la cual después de cinco mil años, por temor a los templos que tú y yo conocemos, por temor al terrible poder que tú y yo conocemos bien, y por temor a los grandes monumentos por los cuales tú y yo fuimos sacrificados, he buscado refugio en esta silenciosa choza de barro.

Los amigos del Mensajero han abandonado la choza y Ali está solo. Su esposa ha muerto. Él va a las plameras de Bani Nayar y reflexiona sobre los sufrimientos que tú y yo debemos sobrellevar. Le temo a los imponentes templos, a los aterradores castillos y a los tesoros que fueron colmados con nuestra sangre y sufrimientos. He buscado refugio en esta casa. He puesto mi frente contra la puerta de esta casa abandonada y he llorado por la tristeza de los siglos, hermano.

Hermano, él y todos sus leales han sido de nuestra sufrida raza. Usaba la belleza de las palabras para hablar sobre nuestra salvación y nuestra pena. Por primera vez habló de belleza no para justificar la pobreza y el encuentro con los poderes, sino, al contrario, para nuestra insurrección y toma de conciencia. Hablaba mejor que Demóstenes, no para defender sus propios derechos, sino los nuestros. Hablaba mejor que los retóricos de Luis XI, pero no en la corte: hablaba por todos los oprimidos contra los poderosos. Usó su sable no para defenderse a sí mismo, ni a su familia, ni a su raza ni a su país, sino para derrotar a los poderosos. Lo usó mejor que Espartaco y con mayor sinceridad de lo que nunca hayamos conocido.

Pensaba mejor que Sócrates, pero no para probar nobles virtudes éticas, prohibidas a los esclavos, sino para demostrar los valores de la humanidad, que tienen mucho más significado para nosotros; no es el heredero de Craso, del Faraón o de los sacerdotes Magi. El no tiene ni un mihrab ni una mezquita. El mismo se sacrificó en nuestros altares.

Es una manifestación de justicia y de pensamiento; pero no en un rincón de la biblioteca de un colegio o academia, ni en las jerarquías académicas de los eruditos quienes se sientan en un rincón con un pensamiento profundo, sin considerar el destino del pueblo, las penalidades de las criaturas, el hambre de las masas. Al mismo tiempo que se dirige hacia los cielos, escucha el llanto de un niño huérfano que lo hace estremecer. Cuando está haciendo el salat olvida los dolores de su cuerpo y lo filoso de una daga.

Hermano, él es un hombre de poesía y conoce la belleza del idioma, no como Ferdowsi en el Shahnameh donde en sesenta mil dichos menciona una sola vez a nuestra raza y a la hermandad del herrero Kaveh. Cuando hablaba del herrero, que obviamente era de nuestra raza y el que confirmó la libertad, la revolución y la salvación del pueblo y de la nación, todavía no había sido elevado lo suficiente a los ojos de Ferdowsi, y sin embargo, fue el único héroe de nuestra raza nombrado en el Shahnameh, pero allí está perdido. ¿Donde y por qué? Porque no es famoso como la raza y cultura de Ferydom, el Rey, y esa es la razón por la cual Kaveh no es mencionado más que unas pocas veces en ese largo poema épico.

Ahora, hermano, yo vivo en una sociedad en la que mi nación, mi clase y yo lo necesitamos. Él es distinto a otros filósofos y genios. Si son genios, no son activos. Si son activos, les falta entendimiento y pensamiento. Si tienen todo lo anterior, no son hombre de espada ni de Yihad y les falta pureza y razón. Si tienen todo lo anterior, les falta amor, sentimientos y sutileza de espíritu. Si tienen todo lo anterior, no conocen a allah y no se pierden en su certeza. Siguen siendo ellos mismos. Pero Ali (a.s) es un hombre que contiene todas las dimensiones de un ser humano. Trabaja como tú y como yo. Cava pozos en el desierto con sus manos desnudas, y, con los mismos dedos, escribe poemas.

Es exactamente un trabajador, es decir, no al servicio de sí mismo sino al servicio de los demás. De repente grita desde un pozo. Lo sacan de él. Está cubierto de barro; el agua empezó a fluir. En esa ardiente tierra, en los alrededores de Medina, el agua brota. La tribu Hashimí se alegra. Pero al mismo tiempo que ha perdido su aliento, diría: "Buenas noticias para mis herederos ya que ellos no tendrán una gota de esta agua". El nos la donó a ti y a mí, hermano.

Ahora lo necesitamos. Necesitamos a un líder como él. Todas las culturas, civilizaciones y religiones han hecho de los seres humanos animales ecónómicos; o animales que adoran individualmente, sumidos en las tumbas de la devoción y de la espiritualidad individuales; o han creado hombres de pensamiento, entendimiento e inteligencia, pero sin sentimientos, sin corazón, sin profundidad y sin amor; o han hecho hombres con sentimientos, amor, inspiración, pero sin inteligencia, pensamiento, ciencia y lógica. Pero Alí, tiene todas estas dimensiones. Alí es el símbolo de la lucha. Él es el símbolo de un ser humano que pacientemente sobrelleva el dolor y el trabajo. Él es el símbolo de un ser humano que tiene algo que decir, que ha estado en el yihad, que a causa de su profunda sinceridad se mantiene leal. Él es el símbolo de un ser humano que llora y sufre silenciosamente. Él es el símbolo de la justicia.

Y ahora, mi hermano, en una sociedad en la que nuestro enemigo está frente a nosotros, en un sistema de poder, donde sus reglas dominan más de la mitad del mundo, y otras reglas el resto, se está acondicionando nuestras mentes para una nueva generación de esclavos.

Ahora somos parte de un sistema en el que supuestamente, no trabajamos gratis para nadie. Hemos sido liberados. La esclavitud ha sido abolida, pero ahora somos más esclavos de los que tú eras en tu tiempo, porque hemos rendido nuestra voluntad. Nos han alimentado con el servilismo de falsas libertades. A través de la ciencia, de la sociología, la cultura, el arte, las ‘libertades’ sexuales, el consumismo y el culto al individualismo, nos han influído fuertemente. Como resultado nos hemos convertido en completos esclavos, y nuestra certeza en metas espirituales, nuestras afinidades con la escuela de pensamiento de Alí y su entrega a la humanidad, han sido borrados de nosotros. Ahora, hermano, nos hemos convertido en vasijas de cerámica, vacías, alineadas de cara al sistema imperante. Aceptamos cualquier cosa con lo que se nos llene.

En el nombre de los estados, la sangre y la tierra, y en el nombre de la enemistad y a quienes representa, estamos divididos en pequeños bocados fácilmente devorados. ¡División! ¡Separación!

El Califato incitó a los seguidores de Alí contra los creyentes en su escuela de pensamiento. Se hicieron enemigos. ¿Por qué el destino que gobierna sobre el mundo y sobre nosotros ha hecho que seamos enemigos? El que ora con las manos cerradas odia al otro que ora con las manos abiertas, o uno es enemigo del otro porque éste se postra sobre una alfombra y el otro lo hace sobre la tierra apisonada.

Las guerras, enemistades y frentes de guerra se han estrechado hasta este punto. Han exiliado a nuestros intelectuales a otros países* (*el autor en 1972) y se han apropiado de la imagen del pastor.

Hermano, tú en tu ingenuidad conocías a tu señor. Sentías el látigo que te laceraba. Sabías que eras esclavo. ¿Por qué eres un esclavo?¿Cuando te convertiste en esclavo? Ahora tenemos tu mismo destino, pero sin saber quién nos convirtió en esclavos en este siglo; sin saber desde dónde nos están flagelando; sin saber cuándo sucumbimos a una forma de pensar desviada.; sin saber quién nos ha colocado en este servilismo terrenal.

Estamos más oprimidos y con mayores privaciones de lo que tú lo estabas en tu época. La discriminación de clases y la tiranía son más fuertes de lo que lo eran en tu tiempo, pero con nuevas caras y nuevos ropajes.

Hermano, Alí, dedicó toda su vida a estas palabras: una escuela de pensamiento, unidad y justicia. Alí es una manifestación de los veintitrés años de lucha al lado del Profeta, sacrificando su vida, lanzándose a la guerra santa por la creación de una certeza de la esencia interior de las cosas. Él es la manifestación de veinticinco años de paciente silencio para preservar la unidad de la sociedad islámica cuando se enfrentaron los imperios romano e iraní. Él es la manifestación de cinco años de esfuerzo y dolor por el establecimiento de justicia, para eliminar complejos y odios. Él usó su sable para liberarnos.

Pero no pudo hacerlo. Sin embargo pudo crear una escuela de pensamiento y es un símbolo eterno para tí y para mí. Hermano, él declaró el din de la justicia y el liderazgo de la humanidad. Dejó tres motivos para los que él y su familia fueran sacrificados: "Escuela de pensamiento, unidad y justicia".