martes, 5 de abril de 2011

El plusvalor de Marx y la Ribâ del Corán.

En este artículo se propondrá que el concepto marxista de plusvalor es una adecuada interpretación para nuestro tiempo del concepto islámico de Ribâ.

El concepto de plusvalor.

La plusvalía o plusvalor (Mehrwert) es uno de los conceptos fundamentales que introduce Karl Marx para explicar el funcionamiento del sistema capitalista. Puede ser definido así:
Diferencia que hay entre el valor que produce el trabajo del asalariado y el valor de su fuerza de trabajo. De esta diferencia se apropia gratuitamente el capitalista.
Para quien no se haya interesado por la teoría económica de Marx esta definición puede resultar poco comprensible. Por ello intentaré esbozar muy someramente algunos aspectos de esta teoría.


¿Qué quiere decir "proletario"?

El sistema capitalista necesita que la mayor parte de la población sea privada -si es preciso, por la fuerza- de cualquier modo de ganarse la vida por sí misma. (Esto ya lo vimos en una entrada anterior sobre la aventura del señor Peel.) A la persona que se halla en esta situación la llama Marx proletario. Lo único que puede hacer un proletario para ganarse la vida es vender su fuerza de trabajo. Vender la fuerza de trabajo es algo radicalmente distinto de vender los productos o servicios que genera esa fuerza de trabajo.
En una economía primitiva, el hortelano que tiene un huerto, un sistema de riego, unas semillas, unos aperos de labranza y un puesto en el mercado, vende sus hortalizas, pero no su capacidad para cultivarlas. Sin embargo, en una economía capitalista, el hortelano que no tiene ni huerto, ni riego, ni semillas, ni aperos, ni un puesto en el mercado, lo único que tiene para vender es su capacidad para cultivar hortalizas. Es decir, solo tiene para vender su fuerza de trabajo.

Aparece el capitalista.

Imaginemos a alguien que sí que tiene huerto, riego, semillas, aperos y un puesto en el mercado, es decir que sí que tiene esos medios de producción. Esta persona podría cultivar él mismo las hortalizas. Pero si tiene un terreno muy grande seguramente necesitará a alguien que trabaje para él. Para eso están los proletarios. Así que este hombre rico compra al hortelano lo único que éste puede venderle: su fuerza de trabajo. El capitalista es el que compra fuerza de trabajo para obtener con ella un beneficio económico. Gracias a esa fuerza de trabajo que ha comprado y a los medios de producción que posee, el capitalista obtiene hortalizas, de las que automáticamente se hace dueño para venderlas como le plazca.


Fuerza de trabajo: una peculiar mercancía.

La fuerza de trabajo que el capitalista ha comprado al proletario es una mercancía más. Ahora bien ¿a cuánto se paga esta mercancía tan peculiar? Es decir, ¿cómo se fija el valor del salario del proletario? Lo lógico -y lo justo- sería que el valor del salario del proletario fuese más o menos equivalente al valor de lo que ha producido su fuerza de trabajo. De hecho, en el mercado de otros productos, las cosas normalmente funcionan de manera bastante justa. Si yo tengo una bicicleta y la quiero vender, un comprador me tendrá que pagar más o menos lo que la bicicleta vale. De modo que si él se empeñase en pagarme mucho menos, yo me negaría a vendérsela, porque seguro que habría otro comprador dispuesto a pagar más por mi bicicleta. Y si, por el contrario, fuera yo quien me empeñase en cobrarle mucho más, él se negaría a comprármela, porque seguro que encontraría a otro dueño de una bicicleta dispuesto a venderla más barata. Así que al final, la bicicleta terminará vendiéndose por un precio más o menos justo.
Sin embargo, ¿Qué pasaría si yo necesitase urgentemente el dinero para poder comer? ¿Y si, además, hubiese cientos de personas hambrientas como yo, personas que no tienen más que una bicicleta para intercambiar por comida? Está claro que me vería obligada a vender la bicicleta por muy poco dinero, no podría permitirme el lujo de regatear. Pues bien, en el sistema capitalista eso es exactamente lo que ocurre con esa mercancía llamada fuerza de trabajo. Hay infinidad de personas para las que ésta es la única cosa que pueden vender y ello les obliga a aceptar casi cualquier precio por ella: si no lo aceptan, no comen.


La creación de plusvalor.

El capitalismo consiste en invertir una cantidad de dinero. Con ese dinero se compran medios de producción y fuerza de trabajo. Gracias a que, como hemos visto, ésta última siempre se paga a menos valor, se genera lo que llamamos plusvalor. El plusvalor, como lo definimos al comienzo, es la diferencia entre lo que se le paga al trabajador por su trabajo y lo que ese trabajador produce. Ese plusvalor adopta la forma del producto o servicio del que se trate: hortalizas, bicicletas, novelas, transporte, cursos universitarios, etc. Cualquier bien o servicio que se produzca de este modo es plusvalor. Al ponerse en el mercado y venderse, el plusvalor se transforma en "plus-dinero", es decir, en más dinero del que se invirtió al principio.
Con esto tenemos que en la sociedad capitalista casi todo lo que se produce, y cada vez más, se produce porque es plusvalor o sirve para generar plusvalor. En el capitalismo, una empresa no produce bicicletas porque la gente necesite bicicletas. Es posible que de hecho, las necesite, pero la cuestión es que no las produce por eso sino para producir más plusvalor. Ese es el motivo por el que en la sociedad capitalista se producen tantos millones de toneladas de cosas que no sirven aparentemente para nada: si se consiguen vender y que produzcan plusvalor, es suficiente. Y también ése es el motivo por el que no se producen cosas que sí serían necesarias. La teoría del plusvalor explica muchos fenómenos curiosos, como el de la famosa obsolescencia programada, el del consumismo irracional, el del expolio autodestructivo de los recursos naturales, el de la falta de medicinas baratísimas de producir en el tercer mundo, el de que no se publiquen libros, discos o películas magníficos, etc.


Yo no puse las reglas: las puso el capitalismo.

Se podrá objetar que no hay por qué suponer que los compradores de fuerza de trabajo, los capitalistas, son gente malvada y egoísta. Un capitalista podría decidir ser más justo y pagar a su asalariado, no lo mínimo para que pueda seguir vivo y sano, sino bastante más, de manera que tanto él como sus trabajadores puedan vivir una buena vida.
Pero aquí entra en juego la característica que hace tan especial y tan destructivo al capitalismo y que lo diferencia de otros sistemas de explotación, quizá más crueles e injustos a primera vista, pero a la larga menos destructivos. El capitalismo es un sistema que no permite que los capitalistas sean "buenas personas". Veamos por qué.
En la Antigüedad y en la Edad Media, los dueños de esclavos o los nobles obligaban a la gente a trabajar para ellos. Se necesitaban el látigo y la coacción física para lograrlo. Pero lo que se obtenía con esto era un excedente de riqueza del que se apropiaban para su propio disfrute mediante artículos de lujo y prestigio, para construir suntuosos palacios o templos, para financiar costosas guerras, etc. En esta época cabía la posibilidad de que hubiese un terrateniente generoso, un aristócrata justo y humano que renunciase a parte de su boato y sus caprichos para que sus esclavos o vasallos llevasen una vida más digna. En el capitalismo la cosa cambia. Un capitalista benévolo o justo con sus trabajadores deja de ser un capitalista pasado un tiempo. Veamos por qué ocurre esto y cómo no tiene nada que ver con las cualidades morales individuales de los capitalistas.
El dinero de los inversores capitalistas, gracias al plusvalor, se convierte en más dinero. El capitalista gana dinero sin hacer nada más que poner dinero. Pero esto solo ocurrirá si se han utilizado buenas técnicas para maximizar el plusvalor. Esas técnicas incluyen cosas como utilizar una mejor tecnología, ampliar el horario de trabajo no retribuido, bajar los salarios, empeorar la calidad real de los productos mejorando la calidad aparente, ampliar mercados, obtener materias primas baratas mediante el expolio de países del tercer mundo, etc. Ahora bien, todos los capitalistas intentarán encontrar las mejores técnicas posibles. De lo contrario, dejarán de ser competitivos y, tras un período de tiempo, si no rectifican, se arruinarán y dejarán de ser capitalistas.
Es decir: esto no es algo que los capitalistas hagan porque sean malvados. Es que si no actuasen así dejarían de ser capitalistas. No es una cuestión de ética individual: es una cuestión estructural. Ante el mal estructural, la ética, la conciencia privada nada pueden. Si un orador lograse, gracias al increíble poder de su palabra, que un gran capitalista mantuviese principios (humanos, culturales, éticos, religiosos) por encima de la lógica del plusvalor, lo único que conseguiría es que otro capitalista sin esos principios ocupase su puesto.
El sistema funciona de tal modo que expulsa automáticamente, como por una ley física, a los que no maximizan el plusvalor. Y maximizar el plusvalor no es compatible con nada que se parezca a justicia.


Todo terminará siendo plusvalor.

El sistema capitalista es un sistema que exige siempre más. Se produce para producir más y a su vez se produce más para producir aun más. Quien no funcione así queda fuera. El capitalismo es expansivo: todo lo debe convertir en plusvalor.
La comida o la bebida, las casas o el transporte, la ropa o los muebles, todos los bienes de consumo que se producen bajo el capitalismo no son sino plusvalor... Pero es que también rápidamente lo están siendo las relaciones humanas, el amor, el odio, la cultura, la religión, el deporte, el agua, el aire, el sol, las ideas, la música, las leyes de la naturaleza, el código genético, la educación, la salud, la familia, la revolución, el pasado y el futuro... Todo se mercantiliza, todo se convierte en plusvalor. Y al hacerlo pierde su naturaleza, pues ya no viene al mundo para cumplir su función originaria, sino solo para generar más plusvalor.
Puede decirse que en nuestro sistema capitalista avanzado y global todos somos y devoramos plusvalor; por más que queramos evitarlo también terminamos siendo engullidos por él y transformados en él. Al final de este post veremos un dicho atribuido a Mahoma en el que parece vaticinarse esta situación.


Los neoliberales confunden plusvalor y mercado.

El marxismo demostró que la causa de la ganancia capitalista es el plusvalor. Es decir, que la ganancia capitalista se produce no en el mercado sino en la producción, antes de la puesta en venta de las mercancías, cuando el asalariado se ve obligado a vender su fuerza de trabajo por menos valor de lo que valen los productos de ese trabajo. Esta teoría ha sido rechazada por los economistas neoliberales, cuyas ideas monopolizan hoy día los medios de comunicación, las universidades y, por supuesto, los Ministerios de Economía. Ellos afirman que las ganancias del capital se producen por el funcionamiento natural del mercado, por la mera ley de oferta y demanda. Para ellos, ese plusvalor del que habla Marx no es otra cosa que el funcionamiento natural y en plena libertad de las leyes del mercado.
Recordemos esta identificación entre plusvalor y mercado que hacen los defensores del capitalismo, porque veremos cómo, antes de Marx, antes incluso de que el capitalismo existiese, fue negada y condenada en el Corán.


Ribâ.

Ribâ es una palabra árabe que significa "incremento", "aumento" y se utiliza casi siempre en su sentido económico.

La monumental Enciclopedia del Islam en 12 tomos, la obra de referencia sobre el Islam en lengua inglesa, define así la palabra "Riba."

RIBA (A.), lit. increase, as a technical term, usury and interest, and in general any unjustified increase of capital for which no compensation is given.

Ribâ es un término importantísimo en el Islam, pues constituye uno de los pecados más condenados por el Corán. La condena más expresa y la que también más nos interesa para lo que queremos sugerir, aparece en 2:275

Los que se benefician de la ribâ se levantarán como si el Diablo los hubiera enloquecido con su toque. Pues ellos dicen: "Ciertamente, el mercado es igual que la ribâ". Pero Dios ha permitido el mercado y ha prohibido la ribâ.

Justamente ésto es lo que hemos visto que afirman los neoliberales hoy día: que el mercado sí es igual que la ribâ. Pero el Corán advierte que tal confusión es propia de los que han sido enloquecidos por el Diablo. El mercado sin más no es malo de por sí, lo que lo hace malo es la ribâ.

¿Interés o usura?

Ahora bien ¿qué significa aquí ribâ? He dejado ribâ sin traducir precisamente porque la interpretación de qué significado tiene la palabra ha producido las más enrevesadas y acaloradas disquisiciones entre los sabios musulmanes de todos los tiempos. Podríamos resumir las dos posturas más importantes que se mantienen hoy día así:
-Para algunos, ribâ significa en el Corán "interés" -es decir, prestar dinero y luego cobrar intereses por ello. Dentro de esta postura hay una infinidad de respuestas a distintas casuísticas. Muchas de ellas, lógicamente, eran desconocidas en tiempos de Mahoma. Por ejemplo: ¿es lícito que el prestamista exija, por lo menos, que se le devuelva el dinero según el aumento del IPC?
-Para otros, el Corán solo condena la ribâ entendida como interés abusivo, como usura.
Actualmente los primeros suelen defender algún tipo de banca islámica. En algunos países como Irán solo están permitidos este tipo de bancos.
Los segundos en realidad se limitan, como lo hacen otras religiones, a condenar los intereses que se consideran subjetivamente como abusivos. Precisamente el hecho de que "abusivo" sea un concepto subjetivo anula cualquier posibilidad real de prohibir la usura.

Lo que parece evidente, no solo en este caso, sino en cualquier otro similar del Corán y de otras escrituras consideradas sagradas por sus creyentes, es que es imposible no interpretar hasta cierto punto lo que ese texto sagrado dice. A mí me parece que en este caso concreto es imprescindible comprender que una prohibición de tipo económico debe cobrar distintas formas en función del contexto económico. Por ejemplo, en época de Mahoma no existía papel moneda, ni bancos, ni bolsa, ni el sistema imperante era el capitalismo. Quizá dentro de unos cuantos siglos existan circunstancias económicas que hoy ni podemos imaginar. Por eso lo razonable sería comprender cuál es el espíritu, la intención o el sentido de la prohibición de la ribâ. Y ese sentido está, me parece, en su significado más general, despojado de cualquier concreción que no sea la única que puede interesar a un musulmán: la moral. Así, para cualquier época o circunstancia, la ribâ es un incremento inmoral de los bienes. Evidentemente, aquí "Inmoral" significaría algo así como "a costa de los bienes de otro, de otros o de todos."
Tenemos, pues, que en su significado etimológico más puro, en su sentido menos específico, ribâ, no es solo interés, o solo usura, o solo especulación, sino, en general, incremento, aumento inmoral de los bienes materiales.
Ahora bien ¿cuál, según hemos visto, es el aumento inmoral por excelencia en nuestro tiempo? Es el plusvalor, sin duda. El interés que pagamos al firmar un préstamo bajo el capitalismo es solo una consecuencia de él y está regido por él.
Curiosamente, además, plusvalor es una traducción literal de ribâ. Quizá no sea mera casualidad que ribâ signifique exactamente lo mismo que Mehrwert, la palabra que eligió Marx para nombrar aquello que constituye la clave del sistema capitalista y, por tanto, la clave de toda inmoralidad económica de nuestro tiempo.
Yo creo que, aunque es perfectamente loable condenar la ribâ como interés abusivo, y, más aun, como interés a secas, la situación económica actual exige comprender que esos tipos de ribâ, bajo el capitalismo actual, son solo derivados de la ribâ verdaderamente decisiva, verdaderamente maligna, la ribâ como plusvalor.
La ribâ hoy es el plusvalor.


El plusvalor y el Mal estructural.

En el mundo actual, el sistema capitalista es el imperante en prácticamente la totalidad del planeta. Este planeta y los seres humanos, animales y plantas que lo pueblan han sufrido un cambio brutal en los últimos dos siglos que es imposible no conectar causalmente con el capitalismo. El capitalismo ha eliminado miles de especies ; ha horadado la tierra, ha esquilmado el mar, ha destruido bosques, ha fundido glaciares, ha aumentado la radioactividad, ha creado aglomeraciones humanas inabarcables, ha derribado tradiciones milenarias, ha acabado con culturas, religiones, lenguas y códigos éticos. El mundo actual sería irreconocible para alguien de hace solo dos siglos. El motor de toda esta destrucción es el plusvalor, o, si lo preferimos, la ribâ. O peor aún, en lo que se está convirtiendo todo el mundo, nosotros, los seres humanos también, es en una inmensa masa de plusvalor que crece y se reproduce devorando todo lo que queda en el mundo que aun no lo es. Esto es lo que algunos teólogos de la Liberación cristianos han denominado con toda exactitud "el Mal estructural."


Un hadiz profético

Quiero terminar citando un hadiz.
Un hadiz es un dicho o hecho atribuido por la tradición a Mahoma. Al contrario que las azoras del Corán, que los musulmanes consideramos no palabras de Mahoma, sino de Dios, los hadices son obra del Profeta, aunque en algunos casos se consideran inspirados por Dios. En árabe, a Mahoma se le denomina Rasul. Aunque se suele traducir así, Rasul no significa "profeta" en el sentido que se le suele dar coloquialmente hoy día, como alguien capaz de pronosticar acontecimientos del futuro. Significa más bien, Mensajero. Sin embargo este hadiz sí que creo que tiene un espeluznante carácter profético, en el sentido de que describe a la perfección el trágico panorama de este mundo nuestro actual. Solo hay que, según hemos argumentado, leer "plusvalor" donde pone "ribâ". Compárese con lo que decíamos arriba de un mundo en el que devoramos y somos devorados por el plusvalor.

Cuenta Abu Hureyra: El Profeta, la paz sea con él, dijo: "Llegará ciertamente un tiempo a la Humanidad en el que no quedará nadie que no devore ribâ, y si queda alguno, no podrá evitar contaminarse con ella."

(Abu-Dawud: Kitab Al-Buyu)


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